Cuando hojeaba unas revistas de mi padre, sus Life de colección, vi fotos de la guerra en Vietnam. Napalm, cuerpos despedazados, caras asiáticas, y a los chicos yanquis no se les veía. Siempre triunfantes y sonrosados, se quedaban en la reserva fotográfica optimista.
Mi madre había sido una chica que usaba pantalones acampanados, chalecos de gamuza y que leía a Dadá. Entonces todo se cruzó y la guerra se transformó en la victoria de los vietnamitas y yo escribí una especie de vergonzante haiku y quise ser como Dadá, provocador, sin los modales de un señor que se acicala verbalmente y transcribe los manifiestos Dadá para recibir felicitaciones y aplausos.
Venga la ofensa, y que sea inteligente. Si es idiota, nunca me tocará. Rebotará y en la inmanencia coexistiré con mis palabras dispersas. Venga el "oye Tzarel, te digo que..." o el silencio ya que escribo sin reloj a la vista ni extrañando a alguna mujer. Ni a un hombre, a nadie. Es que he colgado mis sueños en la parte hermética de mi cerebro. Pura autodefensa y el ensueño musical es mi única complacencia. Dadá es musical y denso, ajeno a las modas aunque fue una. Dadá incomulgable con melodías suaves que hablan de disparos y de chicas lindas llorando. Dadá está más allá y si no lo sabes, intenta saberlo.