Cuando era chico, iba a los bares aledaños, para observar a los ebrios. Algunos fumaban uno habanos que me causaban asombro. Quería crecer de una vez y tener uno en mi boca, exhalar esas largas bocanadas de humo y mirar a los ojos a una muchacha hermosa, impresionarla con el movimiento de mis manos, prestas a elevar el habano cual elemento de virilidad que me convirtiera en un hombre elegante.
Originalidad en mi mente de púber, era hacer lo que otros hacían, con más fineza y desparpajo que cualquier otro.
Crecí, entre aventuras de niño viajero y adolescente perspicaz, enamorado de los puertos y las embarcaciones de las que descendían gentes risueñas, transformando el rostro del mundo en un lugar inalterable.
Leí libros, me enamoré, tuve mi primera noche de fiesta sensual en casa de un amigo que alborotaba a las familias vecinas con sus escándalos, mientras sus padres viajaban por el mundo. Él y yo nos parecíamos, dos solitarios aferrados a la música, soñando con irnos a ciudades cosmopolitas, donde haríamos lo que nos diera la gana, creando otros mundos dentro de los nuestros. Éramos voraces y podíamos ser crueles cuando quisiéramos. Libres como salvajes ilustrados.
La originalidad era el absurdo de los atardeceres, en paseos por las playas que más nos gustaban, aunque la humedad nos hiciera tiritar, callados frente al mar, acompañados de nuestros pensamientos oscuros.
Aunque fuimos osados, nunca despreciamos a los estibadores cuyo lenguaje soez nos atraía, ni humillamos a las mujeres sudorosas que llevavan canastas llenas de pescado fresco. No éramos
gamberros ni muchachos desquiciados gozando con el dolor ajeno. Ignoraba que esa era la originalidad oculta que había crecido dentro de nosotros como una sinfonía de Wagner, épicamente, con señales de una violencia tierna que nos limpiaba la soledad en su sucia cara, allí entre la indiferencia y el vacío de nuestro tiempo.
Originalidad en mi mente de púber, era hacer lo que otros hacían, con más fineza y desparpajo que cualquier otro.
Crecí, entre aventuras de niño viajero y adolescente perspicaz, enamorado de los puertos y las embarcaciones de las que descendían gentes risueñas, transformando el rostro del mundo en un lugar inalterable.
Leí libros, me enamoré, tuve mi primera noche de fiesta sensual en casa de un amigo que alborotaba a las familias vecinas con sus escándalos, mientras sus padres viajaban por el mundo. Él y yo nos parecíamos, dos solitarios aferrados a la música, soñando con irnos a ciudades cosmopolitas, donde haríamos lo que nos diera la gana, creando otros mundos dentro de los nuestros. Éramos voraces y podíamos ser crueles cuando quisiéramos. Libres como salvajes ilustrados.
La originalidad era el absurdo de los atardeceres, en paseos por las playas que más nos gustaban, aunque la humedad nos hiciera tiritar, callados frente al mar, acompañados de nuestros pensamientos oscuros.
Aunque fuimos osados, nunca despreciamos a los estibadores cuyo lenguaje soez nos atraía, ni humillamos a las mujeres sudorosas que llevavan canastas llenas de pescado fresco. No éramos
gamberros ni muchachos desquiciados gozando con el dolor ajeno. Ignoraba que esa era la originalidad oculta que había crecido dentro de nosotros como una sinfonía de Wagner, épicamente, con señales de una violencia tierna que nos limpiaba la soledad en su sucia cara, allí entre la indiferencia y el vacío de nuestro tiempo.
10 comentarios:
Recién me desocupo de la cotidianidad que a veces se agranda y quisiera que la madrugada fuera larha, larga...O recordar algo que bo viví, como ahora con este post sobre tu infancia y el inicio de tu juventud entre playas y bares. O entre esos libros y los discos que escuchabas...
Una manera de ser original es no serlo, es decir no acechar la originalidad sino asumirla, como me decías: fluyendo.
Tu post tiene un olor, un tono, color y algo íntimo que al que viene a la Ciudad Dadá, le da más señales de ti.
Ah, ya sé que los efectos T y A, pasan... :)
Se te nota melancólica en tu comentario. Escribiste en la madrugada, cuando los ángeles salen a vagar para disparar a los noctámbulos :)
Demonio, quiero escuchar al demonio.
De veras, noto que sí. Entré al d del I.
Lo de femmes absolutes, suena a w in glamour= w absolutes
femmes
en francés..
la belleza ... la sensualidas, unso tacones de punta y lencer´ñia fina. Ya.
los textos my buenos.
Escucho la música.
Bueno... sigo.
Efecto T
:)
perdona las erratas
:)
La mezcla entre cotidianidad, originalidad y descubrimiento creo hacen sentido en cómo recreas este universo que nos toca por nacimiento, pero nada pensemos que por convicción, esta dualidad simétrica de habernos convertido en una naranja mecánica nostálgicamente latente y insidiosamente pensante.
Saludos,
Sonia
Saludos Sonia, su nombre me trae reminiscencias del tiempo de las Acrópolis.
Por otra parte Sonia, evado la naranja mecánica y me
quedo con la insidia de los malpensantes.
Saludos tzarianos.
Tzarel, es una mezcla de Tzara bíblico, esa onda de los ángeles que sus nombres terminan en el= Azrael, daniel, samuel, rafael, et.
¿Usted de donde es, que aun no he cazado su geografía:México o mexicano en yankilandia?
saludos.
Me enamore de tu blog, no lei nada, solo títulos de los post y oraciones sueltas perdidas, y estoy enamorada, no kiero leer nada, ningun post entero, tengo miedo de decepcionarme....
Lo más cerca del Acrópolis es mi nombre. Lo más distante mi localidad. Lo ideal, ser ciudadano del mundo con seudónimo. Yo también evado la mecánica, me quedo con lo naranja. Es color de vida, pese a todo.
Saludos, Sonia
Kurupicho, mi ciudad está en el punto medio de la música. Dadá trastornado en el pentagrama.
Saludos tzarianos a usted y su notable Dama.
¿Parece que quedó en rima, eh?
***
Laura, lea si se atreve a hacerlo o quédese con el miedo. Sin la mínima pretensión de afrenta, se lo digo :)
Saludos tzarianos.
***
Estamos con la naranja Sonia Marcus, como en esta blogósfera inmensa donde navegamos, con bastante color y marea.
:) Estoy contento rimando sin que ese sea mi propósito.
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