octubre 15, 2006

Subiré para saltar

Querida, ¿viste al men pavoneándose?, sabes sobre quién pregunto. Estoy harto de los pedantes chocando con uno en las esquinas, en las galerias de arte, en las escaleras, los ágapes, las inauguraciones de exposiciones fotográficas, pequeñas y grandes vanidades con sus premios y sus condenas. Estoy harto de las niñatas que se acercan con un brillo en los ojos para decirme palabrejas sin sentido. Ninfas, ninfas. Alguna es tierna de verdad y no un maniquí.
Tú sabes, querida, siempre sabes lo que me sucede. No debieras saber, un solo día no debieras saber nada de mí. Mil veces, prefiero que escapes de mí, porque puedo sacarte el corazón y darle rebotes como si fuera una ligera pelota en medio de una cancha abandonada, pobre tu corazón, tu belleza fina, abararatada en las noches de pub's, tronchos y un hilillo de baba cayendo por tu delicado cuello, al amanecer. Querida, me largo. Si después de la farria, me buscas, ve dónde sabes.

Voy a saltar.



La foto es de Manuel Álvarez Bravo, uno de mis fotógrafos predilectos y se llama "Una escalera grande".

octubre 05, 2006

La originalidad

Cuando era chico, iba a los bares aledaños, para observar a los ebrios. Algunos fumaban uno habanos que me causaban asombro. Quería crecer de una vez y tener uno en mi boca, exhalar esas largas bocanadas de humo y mirar a los ojos a una muchacha hermosa, impresionarla con el movimiento de mis manos, prestas a elevar el habano cual elemento de virilidad que me convirtiera en un hombre elegante.
Originalidad en mi mente de púber, era hacer lo que otros hacían, con más fineza y desparpajo que cualquier otro.
Crecí, entre aventuras de niño viajero y adolescente perspicaz, enamorado de los puertos y las embarcaciones de las que descendían gentes risueñas, transformando el rostro del mundo en un lugar inalterable.
Leí libros, me enamoré, tuve mi primera noche de fiesta sensual en casa de un amigo que alborotaba a las familias vecinas con sus escándalos, mientras sus padres viajaban por el mundo. Él y yo nos parecíamos, dos solitarios aferrados a la música, soñando con irnos a ciudades cosmopolitas, donde haríamos lo que nos diera la gana, creando otros mundos dentro de los nuestros. Éramos voraces y podíamos ser crueles cuando quisiéramos. Libres como salvajes ilustrados.

La originalidad era el absurdo de los atardeceres, en paseos por las playas que más nos gustaban, aunque la humedad nos hiciera tiritar, callados frente al mar, acompañados de nuestros pensamientos oscuros.
Aunque fuimos osados, nunca despreciamos a los estibadores cuyo lenguaje soez nos atraía, ni humillamos a las mujeres sudorosas que llevavan canastas llenas de pescado fresco. No éramos
gamberros ni muchachos desquiciados gozando con el dolor ajeno. Ignoraba que esa era la originalidad oculta que había crecido dentro de nosotros como una sinfonía de Wagner, épicamente, con señales de una violencia tierna que nos limpiaba la soledad en su sucia cara, allí entre la indiferencia y el vacío de nuestro tiempo.