junio 29, 2007

Defenestrada

Era un niño flacucho con mis doce años alargados sobre un tiempo sonoro. Estaba enamorado de B, demasiado parecida a Mia Farrow en su época de pelo cortito, en El bebé de Rossmary. Ella lo intuía porque se reía como se ríen las chiquillas en grupo, tapándose la boca y haciendo chistes, para que luego pretendan dismularlo haciéndose las despistadas con cara de yo no sé nada.

M me miraba rabiosamente. M era la niña con la que públicamente sostuve un romance gótico. De película, con tintes melodrámaticos. Ella y sus faldas negras de cuero (su padre era el dueño de una tienda de ropa especializada en cuero) eran sin lugar a dudas un espectáculo bizarro.
Pero cuando llegó B, me olvidé de todo y fui el malo de la película. La dejé defenestrada.

M era vengativa. Un día puso un cartel sobre la pizarra con plumón verde que decía: "¿B siempre quitas los chicos a otras?".

Era absurdamente un autocastigo y una afrenta.
El aula tembló con el ruido de las carpetas y los murmullos. Volaron los avioncitos de papel y B me miró fijamente. A mí me miraba como si yo fuese el culpable de la injuria.

Desde aquellos tiempos yo reunía palabras raras en mi block. Escogí una: Defenestrada. La grité como si fuera un grito de guerra, con los ojos puestos en M.
Carcajadas y silbidos.

El aula nunca fue más bulliciosa.
M desde esa vez fue llamada en toda conversación: la defenestrada.
Siempre, siempre, hasta que un día se fue del colegio y no supimos más de ella.

Eran los tiempos de las maquinaciones rocambolescas, sin demasiada complicación. Quién diría que hoy es insólito defender la integridad de una chica a la que quieres cuando tienes doce años y apenas sabes de palabras raras y de besos furtivos.
B viajó a Alemania en el 2do grado de secundaria. Solía escribirme cartas donde hablaba de lo difícil que era el idioma alemán y de su eterno amor que duró unos meses, el justo tiempo para ser feliz cada vez que abría un sobre sellado con olor a colonia de rosas.

junio 06, 2007

Sushi en la quinta avenida

Carísimo, comer en pleno corazón de Nueva York, para un viajero trastornado por el desierto y las putas tristes. Pequeñas mujeres acosando a los trotamundos que huelen a dólares.
Después de un tiempo en Tacama, estaba allí en una mesa con fino mantel y el loco Patricio hablándome de nínfulas y polvos brutales. Gore el ex-punkie y su obsesión por el lujo. Me di la vuelta apenas pude, con el olor a sushi en la boca. No quiero volver a ese sitio ni aunque el loco me traiga a su mujer, la pelirroja.

junio 04, 2007

Huérfanos

Saboreando pan frío al filo de la noche los pequeños ladrones se destruyen entre sí

contandos los minutos para la embestida, estiran la mano hacia la nada

largamente yermos e incoloros, cada día mueren despojando y despojados.